El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 1 de mayo de 2010

La milla verde



Numerosas son las adaptaciones al cine de las novelas de Stephen King, siendo quizá los casos más famosos Carrie, El resplandor y Misery. Sin duda, sus obras se prestan a ello. Pero en este caso no estamos ante uno más de los relatos de terror a los que tan habituados estamos con este novelista y, sin embargo, la historia irá tomando un camino sorprendente, en la línea de un autor que parece huir de cualquier tema que podamos calificar como normal. Sin desvelar la trama, pues uno de los alicientes y atractivos de La milla verde (1999) es asistir al desarrollo del argumento sin tener ningún indicio de lo que vamos a descubrir, el film, contado por medio de un largo flash back por el protagonista, nos relata la vida en la penitenciaría de Cold Mountain en los años inmediatamente posteriores al crac del 29 y en concreto en el corredor de la muerte, llamado "la milla verde" por el color del linóleo del suelo del barracón donde los reos a muerte aguardaban su último viaje. Allí llega, en espera de su ejecución, John Coffey, acusado del brutal asesinato de dos hermanas.
El propio Stephen King parece ser que se mostró gratamente sorprendido por la manera en que Darabont plasmó en imágenes su novela, llegando a afirmar que en este caso la película superaba al original. Comparaciones aparte, es cierto que el director consigue narrar la historia con innegable buen gusto, sin buscar un protagonismo innecesario. Darabont parece optar por quedarse en un segundo plano discreto y dejar el verdadero protagonismo a la historia en sí. Por cierto, el director ya había adaptado antes otra obra de King en el film Cadena perpetua, de nuevo centrada en la vida en una prisión.
Parte del éxito y la eficacia de la historia hay que atribuirlo a los personajes. Me ha sorprendido el retrato tan humano de los protagonistas, con unas relaciones y comportamientos un tanto alejados a los rasgos más estereotipados y predecibles de muchos otros films, y en particular la imagen de los guardias de prisiones que el cine nos ha trasmitido casi sin variaciones durante mucho tiempo. Salvo un personaje, necesario y hasta inevitable, pues no existe el mundo feliz y perfecto, el resto de personas son absolutamente normales y creíbles. En este sentido no es ajeno el buen reparto de la película, al frente del cuál está uno de esos actores que, sin grandes aspavientos, a lo largo de años de interpretaciones sólidas, se han ido haciendo con un lugar de privilegio en la historia de cine: Tom Hanks. Difícil encontrar un trabajo suyo malo. Sin tener quizá un perfil atractivo o un carisma rotundo, Hanks tiene la virtud de resultar siempre auténtico y convincente. Salvando las distancias, me recuerda a ese estilo de actores cuyo mejor representante sería James Stewart.
Junto a Tom Hanks, el resto del reparto cumple con gran eficacia. Evidentemente, destaca Clarke Duncan colosal dando vida al personaje más extraño de la película, pero ninguno del resto de actores desmerece, quedándome por ejemplo con la actuación del actor que encarna al preso violento y sádico, último inquilino de la milla verde.
En relación al argumento, yo establecería dos partes diferentes del film. Una primera en la que asistimos a la presentación de los personajes, donde vamos profundizando en la vida cotidiana de los guardias, con sus rutinas, sus problemas y sus pequeños divertimientos (como la presencia de un ratón puede trasformar un día rutinario en todo un acontecimiento) para hacer algo más llevadero un trabajo penoso. Esta primera parte representa, desde mi punto de vista, lo mejor del film, con un planteamiento muy acertado que nos describe con precisión y eficacia la vida en el corredor de la muerte, con su lado humano y sus pequeñas alegrías.
Pero, de repente, la película da un giro inesperado y entramos de lleno en un nuevo discurso mucho menos convincente desde mi punto de vista. No quiero entrar en detalles, pues sería matar el efecto sorpresa que, para bien o para mal, es parte fundamental de la historia. Decir que, según se mire, puede aportar un algo más a la película que la convierta para muchos en algo maravilloso o puede verse como un añadido extraño que rompe con el hilo argumental y los planteamientos iniciales de la película. En todo caso, se tratará de una apreciación personal.
Particularmente no encuentro que esa segunda parte aporte demasiado a lo que hasta entonces era una sencilla historia de amistad y esperanza, al tiempo que un alegato contra la pena de muerte, contado con brillantez y capaz de emocionar (las escenas con el ratón por ejemplo o la exquisita secuencia en que Coffey contempla "Sombrero de copa") y estremecer (la escena de la ejecución saboteada por el guarda con la esponja). Incluso la justificación del destino de John Coffey, me refiero en concreto a la conversación que mantiene con Paul (Tom Hanks) dónde acepta su suerte como una especie de liberación, no acaba de resultarme del todo creíble, dando la impresión de que el guión intenta justificar de manera algo burda lo injustificable. Quizá la otra pega importante que puede plantearse sea la excesiva duración del film, sobre todo cuando se afronta la recta final, una vez que Paul termina su relato y volvemos al presente. De nuevo estamos ante un epílogo excesivo que alarga innecesariamente la historia en un final que no consigue emocionar, agotada ya la reserva de sorpresas. Lástima por tanto que el final no sea precisamente lo mejor de una película curiosa y que, en líneas generales, cuenta una bonita historia.

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