El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 10 de mayo de 2010

Una mente maravillosa


Una mente maravillosa (Ron Howard, 2001) pretende ser la recreación de la la vida del famoso matemático John Nash, ganador del Premio Nobel de Matemáticas en el año 1994 por su "Teoría del juego". Se trata de un personaje actual, con lo cuál no resulta complicado recopilar datos de su vida para poder ofrecer un film riguroso sobre su persona. Al menos, uno esperaría eso si va al cine a ver una biografía. Es verdad que nunca se puede contar todo y que hay ciertas licencias que se admiten como necesarias para el resultado final. Pero, al parecer, las licencias que Ron Howard se ha tomado en este caso son exageradas y, en cierta medida, muy censurables.


Lo que se nos cuenta en el film no deja de ser una fantasía con cierta base real, algo así como el poso de ciencia que puede haber en una película de ciencia-ficción de los años veinte del siglo pasado. Ésto ya resulta irritante. ¿Porqué ocultar el divorcio y segundo matrimonio de Nash? De hecho, cuando recibió el Nobel estaba divorciado de Alicia. Ya resultaba sorprendente el discurso al recibir el Nobel, que ciertamente debe estar inventado. ¿Se dice algo en el film sobre la bisexualidad de Nash? Es cierto que éste es un detalle que quizá no fuera oportuno ni necesario incluir para la historia de un hombre famoso por su intelecto, pero revela el afán del director no de crear un relato fiel, sino de construir el relato que le interesa, sea o no cierto. 

Así pues, primer punto: Una mente maravillosa no puede ser catalogada, en rigor, como una biografía. Es una película que, con una base real, se lanza a edificar una historia que resulte eficaz y cautivadora. ¿Y se consigue?

Entramos así en el punto dos: formalmente la película es irreprochable. Fotografía, vestuarios, ambientación, maquillaje, todo está realmente bien y el resultado visual es impecable. El reparto, magnífico. Russell Crowe es un buenísimo actor y aunque el que sea él quién encarne a Nash desde la juventud hasta la vejez es ya de por sí un ejercicio complicado, la interpretación de Crowe es creíble y sincera (quizá la última parte pueda parecer que exagera algo la decrepitud física del matemático, pero es sólo una apreciación personal). Jennifer Connelly está deslumbrante como alumna y conmovedora como esposa resignada. Y Ed Harris y Christopher Plummer componen sus personajes de manera muy correcta. El resto de actores, menos conocidos, hacen un estupendo trabajo.

Dicho todo lo cuál, podríamos deducir que estamos ante una buena película. Pues sí y no. Como decía, formalmente no hay nada que reprochar. Pero ello es sólo una parte de la película. La otra, la verdaderamente difícil, el darle alma y pulso y vida a la historia es otra cosa. Porque la película es igual de buena en lo estético que fría. Hay escenas logradas y momentos de gran intensidad (dejando al lado ya su exactitud histórica), pero el conjunto no termina de cuajar. Es complicado, es cierto, dar unidad a una historia que abarca tanto en el tiempo, unidad y vida. Pero es que al final, tenemos la impresión que Ron Howard se ha limitado a seguir las normas básicas para crear un relato, con las dosis adecuadas de drama, comedia y romanticismo, sin dejarse en la manga los pequeños truquitos que siempre funcionan (el pañuelo como vínculo entre Nash y su esposa a lo largo del tiempo; la escena de las plumas que, cuando la presenciamos por primera vez, sabemos ya que se repetirá más tarde...) Todo muy clásico o, quizá mejor, muy tópico.

Por lo tanto, tercer y último punto: Una mente maravillosa es una película muy correcta, sin que nada desentone en ningún aspecto, pero que cuando termina nos deja la impresión que se ha hecho de manera mecánica y, por tanto, que se ha desperdiciado en gran medida buena parte del potencial que encerraba. A pesar de lo cuál se llevó cuatro Oscars: mejor película, director, actriz secundaria (Jennifer Connelly) y guión adaptado (la película es una adaptación de un libro del mismo título de Sylvia Nasar).

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