El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 7 de mayo de 2010

Murieron con las botas puestas




Dirección: Raoul Walsh.
Guión: Wally Kline y Aeneas Mackenzie.
Música: Max Steiner.
Fotografía: Bert Glennon (B&W).
Reparto: Errol Flynn, Olivia de Havilland, Arthur Kennedy, Charles Grapewin, Gene Lockhart, Anthony Quinn, Sydney Greenstreet.

Murieron con las botas puestas (1941) comienza con la llegada del joven George Custer a la academia de West Point lleno de arrogancia y presunción. Su carácter indisciplinado le acarreará numerosos problemas con sus superiores. A partir de aquí, la película recorre la carrera militar del famoso general.
No resulta nada fácil hacer una valoración de esta película. Por un lado estamos ante una obra de arte como pocas, pero la manipulación de la realidad histórica en que se basa me resulta lamentable.
La película pretende ser un retrato de la vida del general Custer, muerto en Little Big Horn en 1876, en la mayor derrota del ejécito americano en su lucha contra las tribus indias. Sin embargo, Walsh prefiere dejar de lado la veracidad histórica y se decanta sin complejos hacia la leyenda. Así, la imagen que nos da del general carece de cualquier credibilidad. Estamos ante un personaje de novela, del que se evita mostrar cualquier rasgo negativo. Estamos ante la forja de un héroe.
Sin embargo, si conseguimos dejar de lado este detalle y vemos el film simplemente como una obra de ficción, un relato artístico independiente de la realidad en que se inspira, hay que reconocer la grandeza de una obra de arte impresionante.
Walsh se lanza sin recelo al espectáculo puro y la conclusión es evidente: lo borda. El tono épico de toda la cinta, la soberbia ambientación, la alternancia de secuencias de acción espectaculares con momentos intimistas llenos de dramatismo o comicidad, un ritmo de una precisión milimétrica, sin el mínimo momento de relleno; todo, en fin, en esta película es perfecto. También, como no, la banda sonora de Max Steiner, con la famosa canción "Garry Owen" que se convertirá en el himno del 7º de Caballería.
Los actores merecen mención aparte. Errol Flyn, el actor que mejor encarnó al héroe aventurero y conquistador, es sencillamente el mejor Custer posible: su aire arrogante, la seguridad en sí mismo que desprende, hasta sus torpezas, creo que nadie más que este actor hubiera podido plasmarlas de un modo tan creible.
En cuanto a Olivia de Haviland, hay que quitarse el sombrero ante su soberbia actuación, desde jovencita coqueta que se enamora del arrogante cadete, hasta esposa angustiada por el declive de su marido y viuda, al fin, digna y conmovedora. La película fue la última en que trabajaron juntos Flyn y ella.
Toda la película rebosa de secuencias especialmente logradas, momentos que se encuentran entre los mejores en la historia del cine; como el encuentro entre los futuros esposos en West Point, o la escena de la batalla en Little Big Horn. Pero si tuviera que escoger uno sólo, sin duda alguna me quedo con el instante en que Custer y su esposa se despiden ante lo que adivinan va a ser la última campaña militar del general. Aquí asistimos a un sobrecogedor juego de mentiras, disimulos y una angustiosa lucha por mantener la entereza ante el drama que se avecina que nos deja sin respiración. Esta sóla escena vale por toda la película entera.
En resumen, film grandioso por los cuatro costados, un espectáculo irrepetible con toda la mágia y poder de fascinación del más clásico de los cines. 

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