Dirección: Frank Capra.
Guión: Robert Riskin.
Música: Howard Jackson.
Fotografía: Joseph Walker.
Reparto: Gary Cooper, Jean Arthur, George Bancroft, Lionel Stander, Raymond Walburn, H.B. Warner, Douglas Dumbrille.
El secreto de vivir (Frank Capra, 1936) es una más de esas comedias amables de este director, donde se reivindican los aquellos valores más nobles del ser humano. El protagonista es un hombre sencillo, de pueblo, ajeno a la corrupción y las manipulaciones de las gentes de las grandes ciudades. En el fondo, se trata de contraponer las virtudes de la gente sencilla frente a los males del desarrollo, explicado de manera admirable en la frase del protagonista donde recuerda que se han construido grandes edificios, pero se han olvidado de crear caballeros que los habiten.
Longfellow Deeds (Gary Cooper), al heredar veinte millones de dólares de un tío suyo fallecido, será asediado por los oportunistas de turno que, presumiendo que se trata de un aldeano inocente y no muy espabilado, tratarán de estafarlo por todos los medios a su alcance. Está claro que no lo conseguirán y que la bondad y sencillez de este hombre no está exenta de una inteligencia natural basada en el sentido común. Sin embargo, ante al amor, Longfellow estará más indefenso que un niño.
El secreto de vivir contiene todas las claves típicas de las comedias de Capra. Por lo tanto, sabemos desde el principio lo que va a suceder: las vicisitudes de un hombre injustamente tratado y una redención por la honradez, la amistad, la generosidad y el amor. El mundo que dibuja Capra es irreal e idílico, improbable e infantil y, a pesar de todo, es un mundo hermoso y conmovedor.
¿Dónde está pues la clave?, ¿cuál es el secreto para que, comedia tras comedia, Capra siga emocionando al espectador, incluso en los tiempos actuales? La clave está en la genialidad de los detalles. La historia es predecible, sabemos que nada malo puede sucederle a un hombre bueno, comprendemos que la historia no es más que un amable cuento, pero Capra le da vida a base de pequeños detalles, de frases colosales, de personajes entrañables y se situaciones que de tan fantásticas se convierten en maravillosas.
Toda la película es una sucesión de detalles que van dibujando al personaje principal y creando el clima idóneo para un final espectacular. La larga escena del juicio, que bien pensado es ridículo de principio a fin, es la traca final donde Capra suelta la munición pesada. Primero, llevando al protagonista, paso a paso, hasta el borde de un precipicio y, después, lograr la salvación con los mejores y más brillantes momentos del film. Colosal la presencia de las ancianas vecinas de Longfellow y su teoría sobre los duendes; genial como Gary Cooper, siempre con esa naturalidad tan suya, desmonta las teorías acerca de su locura y, finalmente, la apoteosis del triunfo, equivalente de la aparición del 7º de Caballería en las películas de mi infancia. La receta de Capra es de una sencillez asombrosa, pero se basa en algo muy difícil de imitar: el talento a manos llenas para amueblar un relato sencillo pero de una efectividad incuestionable.
El secreto de vivir es un film grande porque es sencillo y porque está repleto de detalles brillantes y frases soberbias y porque nos muestra un paraíso con el que todos hemos soñado alguna vez.
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