El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 9 de mayo de 2010

El expreso de medianoche



Dirección: Alan Parker.
Guión: Oliver Stone (Autobiografía: Billy Hayes).
Música: Giorgio Moroder.
Fotografía:Michael Seresin.
Reparto: Brad Davis, John Hurt, Bo Hopkins, Irene Miracle, Randy Quaid, Paolo Bonacelli, Paul L. Smith.
 
Un joven estadounidense, Billy Hayes (Brad Davis), que está de vacaciones en Turquía es detenido en el aeropuerto en posesión de drogas. Condenado a cuatro años en un primer momento, una revisión del juicio cuando está a punto de cumplir su condena eleva su pena a cadena perpétua.
Hay películas que se nos quedan grabadas en la memoria para siempre, que nos impactan de tal forma que salimos del cine en estado de shock. Esta es una de esas películas. Recuerdo, tras verla por primera vez, que durante días no podía sacarme la película de la cabeza, con escenas que me pasaban de nuevo por mi mente sin poder evitarlo. Aún hoy, veinte años después, recuerdo el film con una nitidez escalofriante.
El expreso de medianoche (Alan Parker, 1978) es un crudo drama carcelario, sin duda el más realista y duro que he visto jamás. Con una puesta en escena de lo más eficaz y una ambientación perfecta, a veces se tiene la impresión de estar asistiendo a una especie de documental. La recreación de la prisión es tan real que incluso a veces tenemos la impresión que podríamos percibir el olor a podredumbre de tan sinirestro lugar. En ningún momento tenemos la sensación de estar viendo una obra de ficción y, al estar basado en una historia real, éste es el mayor elogio que se le puede hacer a la película.
El reparto merece mención especial, pues todos los actores de este drama aportan una dosis de credibilidad y autenticidad a sus papeles como raras veces se consigue. John Hurt está realmente soberbio y trasmite toda la fragilidad y desamparo de quién ha perdido la esperanza. También Paolo Bonacelli, en el papel de Rifki, el soplón, consigue resultar verdaderamente odioso y repulsivo. Lo mismo que podríamos decir de Paul L. Smith en su papel de Hamidou, el pervertido y sádico jefe de la prisión.
Pero atención, que no es una película fácil de digerir. A la ya de por sí desesperada situación del protagonista y el reflejo de unas condiciones de vida infames dentro de la cárcel, se unen algunas escenas de una violencia extrema; en especial cuando el protagonista ataca y mata brutalmente al soplón de la prisión, escena de tal crueldad y rodada con tanto realismo que nos deja sin respiración.
Aquí no hay concesiones para nadie, el film pretende reflejar la cruda realidad de una prisión degradante e inhumana y efectivamente lo consigue. Precisamente, una de las críticas que se le hacen a la película es pecar de cierto racismo al criticar de manera tan dura el sistema penitenciario y judicial turco. Pero hay que recordar que no estamos ante una película de ficción. Por lo tanto, es fácil comprender el infierno al que se vio sometido Hayes, que termina al borde de la locura como única válvula de escape a tanto sufrimiento.
A las personas sensibles les recomiendo que se lo piensen mucho antes de verla; para el resto: imprescindible.
La película ganó el Oscar al mejor guión adaptado de Oliver Stone y a la banda sonora ( magnífica). Estuvo nominada además como mejor película, mejor director, mejor actor secundario (John Hurt) y mejor montaje. 

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