El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 9 de mayo de 2010

El silencio de los corderos


El FBI investiga los crímenes de un asesino en serie pero, ante la falta de pistas, envía a una agente (Jodie Foster) experta en psicología a entrevistarse con Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), psicópata dotado de una inteligencia superior, en busca de su opinión sobre las pautas de comportamiento del asesino.
Sé que muchos consideran esta película como una joya del género, referencia imprescindible y obra de culto. Por eso soy consciente que mi opinión no van a compartirla en absoluto. Pero se trata de una simple cuestión de gustos, o de una sensibilidad orientada a otros registros.
No se puede negar que El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) es un film que no nos deja indiferentes. Durante el mismo nos vemos sumergidos en una historia desagradable, atraidos y a la vez repelidos por el personaje de Hannibal, el canibal, y sentimos angustia por el sufrimiento de la agente Clarice. Esto es un mérito indiscutible del film. Si el cine es entretenimiento, la película cumple con creces su cometido.
Pero una vez terminada la película, si analizamos detenidamente y con la mente fría la historia, encontramos no pocos elementos criticables.
En primer lugar, la historia basa gran parte de su eficacia en afrontar sin rodeos todo lo que, por desagradable y truculento, sabe que va a impactarnos directamente como un disparo a bocajarro. Así no escatima en imágenes bastante crudas y no ahorra una gota de sangre. Todo ello es eficaz, claro, pero no por ello especialmente artístico u original. Se busca mostrar directamente aquello que por morboso se sabe que nos atrae, por ser así la naturaleza humana.
El personaje de Hannibal está interpretado por Anthony Hopkins de manera magistral, no cabe duda, y crea un personaje que pasará a la historia de los asesinos míticos del cine, pero sinceramente me resulta bastante increíble. Las deducciones que hace sobre Clarice y su pasado en la primera entrevista son más propias de un adivino o un brujo dotado de una bola de cristal; el mérito está en hacer que la mayoría del público acabe creyéndoselo.
Algunos personajes carecen de cualquier matiz, son como los vemos, sin dobleces, sin claroscuros, demasiado simples. El encargado de la prisión donde está recluido Hannibal, por ejemplo, se nos presenta como un perfecto imbécil que está pidiendo a gritos que lo devore Hannibal.
La escena a oscuras en casa del asesino en serie resulta hasta cómica, con la pobre Clarice a merced del psicópata sin que éste haga nada. Sabemos de sobra que la protagonista va a salir indemne, con lo que la secuencia se convierte en demasiado larga ante la falta de auténtica tensión. Lo único que logra es provocar la extrañeza por nuestra parte al ver que asesino se comporta como un atontado al no rematar a su víctima.
En fin, repito que es mi particular opinión, contradicha por el éxito de público y crítica del film.
La película ganó cinco Oscars: mejor película, mejor dirección, mejor guión adaptado, mejor actor (Anthony Hopkins) y mejor actriz (Jodie Foster).  

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