El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 9 de mayo de 2010

El diablo sobre ruedas



Dirección: Steven Spielberg.
Guión: Richard Matheson (Historia: Richard Matheson).
Música: Billy Goldenberg.
Fotografía: Jack A. Marta.
Reparto: Dennis Weaver, Tim Herbert, Lou Frizzell, Jacqueline Scott, Eddie Firestone, Lucille Benson, Gene Dynarski.
Un representante de comercio viaja por las carreteras que cruzan el desierto de California para una cita de negocios. En su camino encuentra un camión que circula muy despacio, por lo que decide adelantarlo. A partir de ese momento el camión intentará echarlo de la carretera.
Opera prima de Spielberg, que ya nos enseña lo que puede ser capaz de hacer en momentos de inspiración; porque Spielberg es un director que conoce a la perfección los resortes del cine para hipnotizar al espectador, aunque a veces se deje llevar por un extraño afán de trascendentalismo moralizante que estropea sus obras más ambiciosas. Afortunadamente este no es el caso de esta película.
La idea de El diablo sobre ruedas (1971) nace de una anécdota real que le sucedió a Richard Matheson, el guionista, que sufrió un accidente a causa de un camión que transformó en un relato breve. Spilberg se tuvo que conformar con filmar la película en formato de telefilm, ante la falta de recursos, y rodó la película en sólo dieciseis días.
Estamos ante una película heredera en muchos aspectos del cine de Hitchcock. Aquí el protagonista es también un hombre corriente que, sin querer, se ve envuelto en una persecución implacable, al estilo de 39 escalones o Con la muerte en los talones.
Pero hay diferencias fundamentales. Hitchcock siempre hacía que el espectador fuera cómplice de la historia, y no le ocultaba información para que participara más intensamente del suspense. Spilberg opta aquí por lo opuesto: en ningún momento sabemos las causas que llevan al camión a acosar al asustado viajero, ni siquiera vemos quién es el camionero. Y este enfoque funciona de maravilla, pues nos mantiene en un estado de intriga contínua, expectantes del momento en que podamos descubrir quién y porqué actua de semejante manera. Creo que es el único enfoque posible para una historia de una simplicidad pareja.
Pero es que a parte de este recurso tan eficaz, Spielberg se muestra ya como un director de gran talento, logrando un ritmo preciso, intenso, y manejando a la perfección la técnica del cine, como esos intensos primeros planos del retrovisor que descubren la amenazadora presencia del camión o los movimientos de la cámara que muestran de repente al asesino en una curva de la carretera. En definitiva, un director que domina ya las "armas" más elementales y efectivas del lenguaje cinematográfico.
Una pequeña joya digna de descubrir o redescubrir.  

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