El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 7 de mayo de 2010

Raíces profundas



Dirección: George Stevens.
Guión: A. B. Guthrie Jr. (Historia: Jack Schaefer).
Música: Victor Young.
Fotografía: Loyal Griggs.
Reparto: Alan Ladd, Jean Arthur, Van, Heflin, Brandon De Wilde, Jack Palance, Ben Johnson, Edgar Buchanan, Elisha Cook Jr.
Shane (Alan Ladd), un pistolero que viaja sin rumbo, llega a la granja de los Starretts, donde encuentra alojamiento. Entonces conocerá los problemas que sufren todos los granjeros de la zona, acosados por un poderoso ganadero que desea echarlos de sus tierras.
Es uno de mis westerns preferidos, a pesar de estar bastante alejado de los parámetros más clásicos del género. Así el protagonista no es el héroe clásico del western, sino que aparece como un hombre hastiado de su pasado de pistolero. Además pertenece a un universo totalmente opuesto al de los granjeros que lo acogen, donde un pistolero como él parece más propio del mundo mitológico de los cuentos infantiles, como remarca la reacción del niño, que un hombre de carne y hueso.
Es ésta visión del pistolero profesional lo más interesante del film, que incide en la soledad y desconfianza a que está abocado el pistolero, siempre sin algo a lo que poder llamar hogar y perseguido por una reputación que eclipsa el resto de su personalidad y lo marca como una especie de lacra social; a veces necesario, pero sin poder nunca acabar de integrase como uno más de la comunidad. Y es ésto lo que le ocurre a Shane, un vagabundo sin rumbo y sin nada por lo que realmente merezca la pena luchar.
Raíces profundas (1953) posee una preciosa fotografía, ganadora del Oscar, que realza la belleza y grandiosidad de los paisajes, tema importante del film, ya que se trata del amor de los hombres a unas tierras en las que se dejan la vida para hacer de ellas su medio de vida y su hogar. En ésto la película sí que está en la tradición del western, narrando un espisodio más de la lucha de los ganaderos por frenar el avance de los nuevos colonos que les quitaban los pastos de sus rebaños.
De ritmo lento, parsimonioso y hasta solemne por momentos, hay que resaltar un reparto bastante eficaz en cuanto a los principales papeles, del que destacaría a Marian, la esposa del granjero, interpretada por Jean Arthur, espléndida en ese difícil papel de amante esposa que no puede evitar una atracción casi irrefrenable por un hombre que, sin embargo, representa todo lo que menos le gusta: la muerte como profesión. Por cierto, esta sería la última película en la carrera de la actriz, famosa por su participación en comedias clásicas de Frank Capra como El secreto de vivir (1936), Vive como quieras (1938) o  Caballero sin espada (1939).

Siguiendo con el reparto, destacar, naturalmente, al pequeño Brandon De Wilde, fantástico a pesar de su corta edad y vehículo narrador y admirador del personaje de Alan Ladd, quizá en su papel más recordado. Y no quiero olvidarme de Jack Palance, también soberbio en su breve papel de matón sin escrúpulos.
Me gustaría destacar especialmente el papel que juega el niño en el desarrollo de la historia, pues podemos ver a Shane (Alan Ladd) desde la óptica de fascinación del pequeño (algunas escenas están filmadas desde abajo, para acentuar ésto) y comprender sus dudas en cuanto a quién debe seguir como modelo y ejemplo: al pistolero infalible con un aura mágica o a su padre como ejemplo de tesón y honradez. 
Dentro de los numerosos planos en que se puede analizar la película, Raíces profundas encierra también una interesante historia de amor soterrada e intensa entre Shane y Marian que, sin llegar a definirse, está ahí presente con una fuerza constante. Es la sutileza y elegancia que tenían las películas clásicas y que, por desgracia, se ha ido perdiendo. La magia de la insinuación resulta finalmente mucho más poderosa que caer en la trampa de mostrar abiertamente los sentimientos de los protagonistas.

Mención aparte merecen algunas escenas del film, como la pelea en el bar o aquella antológica en que un genial Jack Palance mata a un granjero y que será imitada por Clint Eastwood en El jinete pálido (1985), película que rinde homenaje a este film.
Western, en resumen, con un argumento muy interesante que pone en cuestión la violencia, que mata por igual a víctimas y verdugos. 

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