El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 3 de mayo de 2010

La sombra de una duda



Una de las películas que más que gustan de Hitchcock es La sombra de una duda (1943). Tal vez por ser un film distinto a los que se tienen como arquetípicos de este director. Tal vez, también, por el encanto que desprenden sus protagonistas, Joseph Cotten y Teresa Wright. 

Charkie Oakley (Joseph Cotten) llega a Santa Rosa, a casa de su hermana, huyendo de unos detectives que lo buscan como presunto autor de varios asesinatos de viudas de cierta edad. Su sobrina, de nombre Charlie en honor a él y que lo adora (Teresa Wright), se alegra enormemente de tenerlo en casa. Sin embargo, pronto comienza a descubrir un comportamiento extraño por parte de su tío y, cuando los detectives que le siguen la pista le informan de sus sospechas, ella empieza a temer que su tío sea realmente el asesino que andan buscando.

Quizá el mayor acierto de la película, lo que la hace tan original y tan especial, es que sea el protagonista el verdadero culpable, al contrario que en muchas de las obras de este director, donde es el inocente el que es tomado por culpable y se pasa la película intentando demostrar su inocencia. En La sombra de una duda, Joseph Cotten no sólo es culpable, lo que cuesta asimilar al principio, sino que resulta tremendamente encantador. Hitchcock también resalta la apacible vida de su familia, prototipo de la familia americana media, para aumentar así el peligro que se cierne sobre gentes tranquilas y acogedoras, ignorantes de a quién tienen en sus casas o en la del vecino.

Pronto, sin embargo, comenzamos a descubrir la verdadera personalidad que esconde Joseph Cotten, cercana a la locura, con ese desprecio por las viudas ociosas y por la gente en general, y el peligro que se cierne sobre su sobrina, única que descubre la verdadera personalidad de su tío, empieza a hacerse más evidente. 

Con todo, no es en esencia una película de intriga, sino más bien sobre la lucha que se libra entre el bien y el mal, entre el afecto incondicional (como era el de la sobrina por su tío al principio) y el descubrimiento de una verdad terrible. Al tiempo, se plantea la idea de como en medio de una comunidad tranquila, de unas vidas anodinas, puede anidar el mal. 

Uno de los puntos fuertes de la película, sin el que sin duda no hubiera funcionado tan bien la historia, es el magnífico reparto. Joseph Cotten está especialmente inspirado, con ese porte impecable, el aire tranquilo, siempre (o casi) controlando sus emociones. Es uno de los villanos más logrados en la filmografía del director. Y a su lado, Teresa Wright está perfecta en su papel de jovencita fascinada, incluso enamorada, de su tío, a quién idealiza de una manera exagerada. Su mirada, su manera de caminar, su sonrisa, componen un personaje veraz y entrañable. También Henry Travers, en el papel del padre de Teresa Wright, y Hume Cronyn, el vecino, con sus conversaciones sobre asesinatos, encarnan a la perfección al ciudadano ingenuo y confiado que vive un poco en la luna y añaden la nota de humor que favorece el discurrir de la historia.

Una película espléndida, tal vez sin la fama de otras de Hitchcock, pero al nivel de los mejores trabajos del director. 

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