El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 9 de mayo de 2010

El guateque


Hrundi V. Bakshi es un actor hindú de reparto bastante patoso. Cuando accidentalmente arruina la escena más costosa de la película en que trabaja, el director solicita que lo incluyan en la lista negra, para que no lo vuelvan a contratar nunca más. Pero por un error de la secretaria, ésta lo apunta en la lista de invitados a una fiesta del productor de la película.

El guateque (1968) es quizá una de las mejores películas cómicas de Blake Edwards, aunque menos conocida que las de la serie del inspector Clouseau. Sin embargo, creo que en esta serie del inspector se dan la mano momentos muy logrados junto con otros de dudosa comicidad, algo que a mi entender no sucede en esta cinta.

De nuevo Edwards recurre a su actor talismán, Peter Sellers, que interpreta, al igual que en su papel de Clouseau, un personaje torpe donde los halla; aunque aquí se muestra mucho más ingenuo y más "humano" que en el papel de inspector, lo que le da un aire de desvalimiento, de inocencia, mucho más conmovedora para los espectadores, lo que nos vuelve más sensibles a sus desventuras, haciendo que suframos y nos apiademos de él; y también de los que lo rodean, claro.

La película, bajo una apariencia de comicidad intrascendente, contiene una fuerte carga crítica al mundillo del cine, con sus productores endiosados; sus actores henchidos de orgullo pero que son sólo fachada, sin nada dentro; los directores aprovechados en busca de sexo fácil; la ostentación a todo precio. Vamos, que no queda prácticamente nada que se salve de la mordaz sátira del director.

El colofón a tanta arrogancia está en la disparatada secuencia final, con elefante incluido, que supone el definitivo "lavado" de tanta pretenciosa ostentación.

Edwards desarrolla la trama basándose sobre todo en gags visuales, recordándonos en muchos momentos el estilo de los films de la época muda del cine. Es un humor sencillo y directo, a veces algo ingenuo, pero con un encanto y una eficacia indudables.

No se trata de una obra maestra del género y es cierto que a veces el ritmo no es lo fluido que sería de desear, pero se trata de una divertida comedia que logra arrancarnos unas saludables carcajadas. 

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