El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 17 de mayo de 2010

Otoño en Nueva York




Otoño en Nueva York (Joan Chen, 2000) nos cuenta la relación entre un hombre maduro y mujeriego empedernido, Will Keane (Richard Gere), dueño de un restaurante de éxito en Nueva York, y una joven de 22 años, Charlotte Fielding (Winona Ryder). La atracción entre ambos es inmediata aunque Will, como es habitual en él, no desee implicarse demasiado y se tome al principio la relación como una más. Sin embargo, la pasión de Charlotte, su entrega y su sinceridad harán que Will sienta como se tambalean su manera de afrontar la relación y termine enamorándose de Charlotte.

Sin duda lo mejor de la película es una fotografía realmente soberbia que saca la mejor de las caras de la ciudad de Nueva York, en especial las imágenes de los parques y los árboles en otoño, con un colorido impresionante. La cámara de Joan Chen se recrea en el aspecto visual y el resultado es de una belleza deslumbrante.

En cambio, a nivel de argumento, la película no alcanza ni de lejos la belleza de las imágenes. El problema, a mi entender, reside en que el guión y los diálogos no alcanzan un nivel adecuado. Falta engranar mejor la historia, implicarse algo más para que los protagonistas nos calen algo más hondo. En parte, el problema es de unos diálogos de los que esperamos que nos sorprendan y nos seduzcan al igual que la fotografía y, sin embargo, vamos de decepción en decepción, salvo muy contadas ocasiones, y no terminan de conmovernos como pretende el drama que se relata. La historia transcurre sin sorpresas, demasiado previsible y con algunos momentos en que flojea la intensidad y el interés.

El otro inconveniente en que la película nos recuerda demasiado a Love Story (Arthur Hiller, 1970), con lo que ni la historia es muy original ni resiste un mínimo análisis comparativo. Donde en una había realmente emoción a raudales, en ésta nos quedamos con una factura impecable, una música sin el carisma de la de Love Story y un tratamiento demasiado frío y previsible.

Los protagonistas, si bien Richard Gere no termina de gustarme, están correctos, dentro del tono general de la película.

Una historia de amor, resumiendo, con ciertas pretensiones pero que no termina de convencer por los fallos de un guión superficial, sin sorpresas y muy limitado en cuanto a talento e ingenio.

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