El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 7 de mayo de 2010

Horizontes lejanos




Dirección: Anthony Mann.
Guión: Borden Chase (Novela: William Gulick).
Música: Hans J. Salter.
Fotografía: Irving Glassberg.
Reparto: James Stewart, Arthur Kennedy, Julia Adams, Rock Hudson, Lori Nelson, Harry Morgan, Jay C. Flippen, Chubby Johnson.

Segunda colaboración de Anthony Mann y James Stewart, tras Winchester 73 (1950), y de nuevo una maravillosa película, un western intenso y denso, de lo mejor del director.

Glyn McLyntock (James Stewart) es un hombre con un pasado oscuro como pistolero en tierras de Missouri que intenta cambiar de vida conduciendo a un grupo de colonos hasta las tierras altas de Oregón. Sin embargo, parece que su pasado le persigue como una sombra.

Horizontes lejanos (1952) es una obra maestra, una de esas raras películas perfectas que nos mantiene pegados a la butaca como en un hechizo. Y ello se debe a la ausencia de tiempos muertos. Siempre están sucediendo cosas y, a menudo, a ritmo vertiginoso.

El tema central de la película, remarcado una y otra vez, es la oposición entre quién cree que una manzana podrida ha de ser tirada del cesto sin miramientos y la otra más benevolente que piensa que un hombre puede cambiar si lo desea de corazón. Es evidente que la lucha interior, paralela a la aventura de los colonos, la acabará ganando el personaje de James Stewart, de nuevo soberbio con una composición profunda y donde sobresale su mirada azul intensa y poderosa, remarcada por la espléndida fotografía de Irving Glassberg, que magnifica también unos paisajes espectaculares.

La maestría de Mann logra aunar la épica y las escenas de acción, en la mejor tradición del western, con las tensas relaciones entre los personajes y la lucha entre el deber y el honor, de la que no todos logran salir vencedores, como el personaje que encarna Arthur Kennedy, genial en su rol de malvado.

Como nota curiosa, la protagonista femenina, Laura (Julia Adams), no se enamora de Glyn, sino de Emerson Cole (Arthur Kennedy), añadiendo un punto interesante y novedoso a la historia.

Precioso y vigoroso western que pretende añadir algo más al género, con una incursión, en este caso, en dilemas morales y donde el héroe además no es ya un ejemplo de perfección, sino un hombre de turbio pasado que intenta regenerarse, no sin dificultades, en un ejemplo de la nueva vertiente que tomaba el western a partir de estos años. 

Horizontes lejanos resulta una obra verdaderamente fascinante, de principio a fin.

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