El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Love Actually


Debut como director del guionista Richard Curtis, responsable de Cuatro bodas y un funeral o Notting Hill, por lo que la comedia romántica es un terreno en el que se maneja bien. En Love Actually (2003) también el guión es suyo. En este caso, no se trata de una historia, sino de diez, que se entremezclan, se cruzan o se rozan en los días previos a Navidad. El denominador común a todas: el amor como algo que está en todas partes y que puede surgir cuando uno menos lo piensa. Y lo curioso es que la película, con todos sus defectos y con todas las trivialidades que cuenta, consigue engancharnos y nos hace disfrutar. Estamos viéndola y nos resulta a veces cursi o irreal o poco original, pero hay algo que se impone a todo eso y nos agarra al asiento. Y al final, no lo lamentamos.

Para componer estas historias, diez en total, que forman Love Actually, Curtis dispone de un reparto absolutamente impresionante. Por la pantalla desfilan Hugh Grant, Liam Neeson, Colin Firth, Laura Linney, Emma Thompson, Keira Knightley, Rowan Atkinson (el director también trabajó en la serie de televisión Mr. Bean), etc. Hasta Claudia Schiffer tiene un pequeño papel.

Es evidente que ni todas las historias ni todos los actores resultan igual de eficaces. Algunas de las situaciones son bastante increíbles, como la interpretada por Hugh Grant, del todo imposible, y que se despacha con la bofetada a los norteamericanos, ridiculizados por un presidente mujeriego bastante impresentable. También resulta del todo improbable la aventura del ligón inglés en Estados Unidos. Sin embargo, esta historia nos da un poco la medida de la película: Curtis no trata de hacer un film coherente o lógico; tampoco de hacer un tratado sobre las relaciones sociales. La película sólo pretende sorprender y hacernos reír, aunque sea por medio de situaciones tan increíbles como la anteriormente citada. Y la gracia de esa historia reside, precisamente, en que es un sueño absurdo hecho realidad, como si pudiésemos encontrarnos en la calle una lámpara maravillosa con genio y todo.

En cuanto a los actores, en general todos están bastante bien, con algunos, como Emma Thompson, sobresalientes. Por contra, Keira Knightley me resultó bastante artificial en su manera de actuar, por ejemplo. Tampoco me gustaron las muecas de Alan Rickman (el marido de Emma Thompson en el film).

Pero para mí, el principal acierto de Curtis es lograr introducir aquí y allá, a lo largo de la película, pequeños dramas realmente conmovedores que rompen el tono de la cinta y nos llevan, por unos instantes, al terreno del drama y de la reflexión de manera magistral, sin exagerar las tintas, pero sin renunciar a mostrarnos el dolor del desamor o la soledad sin velos. La soledad de la estrella de la música y el reconocimiento a su amigo de siempre o la infidelidad que sufre Emma Thompson (la escena de la habitación con la maravillosa voz de Joni Mitchell es lo mejor de todo el film) nos muestran el lado más triste de toda historia de amor.

Y la alusión a Joni Mitchell nos lleva a mencionar la estupenda banda sonora, decididamente comercial y resultona, que acompaña maravillosamente el devenir del entramado de encuentros y desencuentros de la película.

Love Actually debe ser vista con cierta benevolencia, intentando dejar afuera nuestra más crítica actitud, para poder apreciar sin vergüenza las múltiples cualidades de una película divertida, tierna y que no pretende mucho más de lo que ofrece. Si conseguimos despojarnos de nuestras capas de cinismo, de recelo y de lógica, tendremos el placer de pasar un rato muy entretenido y de ofrecernos una pequeña dosis de optimismo.

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