Dirección: Peter Jackson.
Guión: Philippa Boyens, Peter Jackson y Fran Walsh (Novela: J. R. R. Tolkien).
Música: Howard Shore.
Fotografía: Andrew Lesnie.
Reparto: Elijah Wood, Ian McKellen, Viggo Mortensen, Liv Tyler, Sean Astin, Andy Serkis, Cate Blanchett, Orlando Bloom, Billy Boyd, Dominic Monaghan, Ian Holm.
El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (2003) es la tercera y última entrega de esta saga de Peter Jackson.
Tras las dos magníficas películas precedentes, esta debía responder a la expectativas creadas y poner fin dignamente a tanto trabajo. Y la verdad es que lo logra recurriendo a las claves que reinan en toda la historia: espectáculo absoluto (fotografía, música, localizaciones, movimientos de cámara, efectos especiales, caracterizaciones), historia cautivadora, ritmo perfecto, batallas espectaculares y la dosis de reflexión sobre los grandes valores universales capaces de redimir al hombre.
El argumento sigue dividido, como en El Señor de los Anillos: Las dos torres, entre el camino de Frodo (Elijah Wood), Sam (Sean Astin) y Sméagol (Andy Serkis) hacia el Monte del Destino y el del resto de los compañeros, encabezados por Gandalf (Ian McKellen) y Aragorn (Viggo Mortensen), en la defensa de Gondor, hacia donde ha enviado sus ejércitos Sauron, el señor oscuro.
Para la posteridad quedará el sitio de Gondor, la bellísima fortaleza blanca, y el espectáculo grandioso de las catapultas, los elefantes y los Nazgûl y el fastuoso despligue de los ejércitos de ambos bandos. Al igual que en la entrega anterior, Jackson sacrifica la verosimilitud y nos ofrece algunas escenas absolutamente imposibles que, desde mi punto de vista, eran del todo innecesarias. También se aparta del relato de Tolkien en un momento dado, cuando Frodo despide enfadado a Sam. Si bien no desentona del todo, es algo que no termina de entenderse y que tampoco añade nada importante al desenlace, por lo que me parece que hubiera sido mejor ceñirse al relato original. De hecho, los pocos defectos que se le pueden encontrar a esta trilogía son en esos detalles en que el director se deja seducir por el espectáculo y se aparta del tono más profundo y más reflexivo de la obra de Tolkien. Y es que finalmente, la obra de Peter Jackson, espectacular y maravillosa, se orienta más hacia un cine de aventuras para todos los públicos y salvo pequeñas pinceladas, deja un tanto de lado la parte más profunda de la lucha entre el bien y el mal, mucho más presente en el libro.
A pesar de ello, el cierre de esta colosal empresa no defrauda y pone el broche de oro a uno de los proyectos más ambiciosos y más logrados de la historia del cine. Un hito que va a costar superar y que se equipara a films míticos como Ben-Hur o Lo que el viento se llevó.
La recompensa fue colosal: once Oscars de once nominaciones, que supusieron el reconocimiento absoluto a un trabajo impresionante y que sólo han conseguido en la historia Ben-Hur (1959) y Titanic (1997). Los Oscars fueron: mejor película, director, dirección artística, vestuario, montaje, maquillaje, banda sonora, canción ("Into de West" de Annie Lennox), sonido, efectos especiales y guión adaptado.
Tras las dos magníficas películas precedentes, esta debía responder a la expectativas creadas y poner fin dignamente a tanto trabajo. Y la verdad es que lo logra recurriendo a las claves que reinan en toda la historia: espectáculo absoluto (fotografía, música, localizaciones, movimientos de cámara, efectos especiales, caracterizaciones), historia cautivadora, ritmo perfecto, batallas espectaculares y la dosis de reflexión sobre los grandes valores universales capaces de redimir al hombre.
El argumento sigue dividido, como en El Señor de los Anillos: Las dos torres, entre el camino de Frodo (Elijah Wood), Sam (Sean Astin) y Sméagol (Andy Serkis) hacia el Monte del Destino y el del resto de los compañeros, encabezados por Gandalf (Ian McKellen) y Aragorn (Viggo Mortensen), en la defensa de Gondor, hacia donde ha enviado sus ejércitos Sauron, el señor oscuro.
Para la posteridad quedará el sitio de Gondor, la bellísima fortaleza blanca, y el espectáculo grandioso de las catapultas, los elefantes y los Nazgûl y el fastuoso despligue de los ejércitos de ambos bandos. Al igual que en la entrega anterior, Jackson sacrifica la verosimilitud y nos ofrece algunas escenas absolutamente imposibles que, desde mi punto de vista, eran del todo innecesarias. También se aparta del relato de Tolkien en un momento dado, cuando Frodo despide enfadado a Sam. Si bien no desentona del todo, es algo que no termina de entenderse y que tampoco añade nada importante al desenlace, por lo que me parece que hubiera sido mejor ceñirse al relato original. De hecho, los pocos defectos que se le pueden encontrar a esta trilogía son en esos detalles en que el director se deja seducir por el espectáculo y se aparta del tono más profundo y más reflexivo de la obra de Tolkien. Y es que finalmente, la obra de Peter Jackson, espectacular y maravillosa, se orienta más hacia un cine de aventuras para todos los públicos y salvo pequeñas pinceladas, deja un tanto de lado la parte más profunda de la lucha entre el bien y el mal, mucho más presente en el libro.
A pesar de ello, el cierre de esta colosal empresa no defrauda y pone el broche de oro a uno de los proyectos más ambiciosos y más logrados de la historia del cine. Un hito que va a costar superar y que se equipara a films míticos como Ben-Hur o Lo que el viento se llevó.
La recompensa fue colosal: once Oscars de once nominaciones, que supusieron el reconocimiento absoluto a un trabajo impresionante y que sólo han conseguido en la historia Ben-Hur (1959) y Titanic (1997). Los Oscars fueron: mejor película, director, dirección artística, vestuario, montaje, maquillaje, banda sonora, canción ("Into de West" de Annie Lennox), sonido, efectos especiales y guión adaptado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario