El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 9 de mayo de 2010

Poder absoluto



Dirección: Clint Eastwood.
Guión: William Goldman (Novela: David Baldacci).
Música: Lennie Niehaus.
Fotografía: Jack N. Green.
Reparto: Clint Eastwood, Gene Hackman, Ed Harris, Laura Linney, Judy Davis, Scott Glenn, Dennis Haysbert, E.G. Marshall, Alison Eastwood, Melora Hardin.

Luther Whitney (Clint Eastwood), un ladrón de guante blanco, entra a robar en la mansión de un magnate aprovechando su ausencia. Inesperadamente llega la mujer de éste con un amante, y Luther será testigo de su asesinato.
Poder absoluto (1996) es un nueva demostración, y ya van unas cuantas, de como Clint Eastwood, como el buen vino, va mejorando con los años. No es su mejor trabajo, pero sí que consigue hacer una historia con buenas dosis de intriga y de emoción.
Lejos de contentarse con narrarnos una entretenida historia policíaca, con buenos momentos de suspense, como la cita de Luther con su hija en una terraza y dos francotiradores dispuestos a cazarlo, Eastwood añade a la película una emocionante descripción de la relación entre un padre y su hija, a la que había abandonado de pequeña, que acaba por acaparar los mejores momentos del film.
Porque Eastwood huye en todo momento del efectismo y el melodrama, y nos relata esta relación de manera concisa, contenida, pero repleta de momentos cargados de sentimiento; como cuando la hija, al visitar por primera vez la casa del padre, descubre sorprendida y emocionada la colección de fotografías que éste tiene de ella, y todo sin recurrir a las palabras, sólo con intensos primeros planos y una suave música de fondo.
Pero esta manera de contarnos las cosas está presente en toda la película. Sólo por un gesto descubrimos que el policía (Ed Harris) se ha enamorado de la hija de Luther, las escenas violentas están ausentes por completo y en su lugar recurre, por ejemplo, a la elipsis para narrarnos la muerte del culpable. Eastwood recupera así una manera de hacer cine de antaño, donde la belleza estaba en la sugerencia, el indicio, desgraciadamente olvidada hoy en día, donde prima lo evidente, lo supérfluo incluso.
Una grata sorpresa de un director con muchísimo talento, capaz como pocos hoy en día de sacar petróleo de cualquier historia.  

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