El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 8 de mayo de 2010

Historias de la radio


Sin duda alguna, Historias de la radio (1955), con sus defectos, que los tiene, es una sorprendente película que merece su sitio de honor en la cinematografía patria.

Con guión del mismo director, José Luís Sáenz de Heredia, la película rinde homenaje a la radio y a su presencia y su importancia en la España de los años cincuenta a través de tres historias independientes (unos científicos que necesitan dinero para su invento, un ladrón sorprendido en plena faena por una llamada de un programa de la radio y un maestro de escuela que participa en un concurso para recaudar fondos para un niño enfermo) unidas muy inteligentemente por dos tramas paralelas: la de dos vecinos que se reúnen a diario para hacer los ejercicios de gimnasia del programa de radio y los amoríos y preocupaciones de varios locutores y trabajadores de Radio Madrid.

Lo mejor de la película, quizá lo que llama más la atención, es el excelente guión de la misma, con unas historias amenas, muy divertidas por momentos y plagadas de frases ingeniosas. De entre todas las historias destaca por encima de todas la última, sobre todo por el espectacular final del concurso, prodigio de sencillez y de ingenio. Además, tenemos que mencionar el soberbio reparto de la película, por donde desfilan grandes nombres del cine  español: Pepe Isbert, Paco Rabal, Juanjo Menéndez, Tony Leblanc, José Luis Ozores, Ángel de Andrés, ... También aprovecha el director para llevar a la pantalla a figuras muy populares de la época, como el torero El Gallo, el futbolista Luis Molowny, la cantaora Gracia Montes y el mítico locutor de radio Bobby Deglané.

En el lado del debe, la moral que se filtra por todas partes y que, aunque era inevitable en aquellos años, resulta excesiva, más que nada por ser una constante del cine español de la época de Franco. Es una moral donde todos, por la gracia divina, resultan ser en el fondo muy buenas personas (el mejor ejemplo es que hasta los ladrones lo son por necesidad y de mala gana) y nos intenta vender una imagen muy bucólica de un país que las pasaba canutas. Inevitable la omnipresencia de la Iglesia y sus santos, con unos curas de lo más comprensivos y bondadosos, así como el buen lugar en que quedan el resto de fuerzas vivas: Guardia Civil, alcalde. Con todo, no sé si a propósito o sin querer, se escapan aquí y allá pequeñas críticas que no dejan de resultar curiosas, y más viniendo de un director afín al régimen y que firmó obras como Raza (1942), con guión del mismísimo Franco, o Franco, ese hombre (1964). Por un lado, la visión que se da de los españoles, ignorantes y viviendo en una pobreza alarmante, no deja muy bien al régimen y, por otro lado, alguna frase resulta cuando menos curiosa ("El Estao está pa hacer carreteras, pantanos y llevarse los dineros"). Al final, la imagen que uno se hace de España en aquellos es años es bastante desoladora y sirve también para entender nuestros males actuales.

Tampoco me gusta mucho ese humor algo chabacano, basado en las gesticulaciones exageradas, muy típico de las comedias nuestras, y que hace pasar a la gente por medio idiota. Quizá el ejemplo más claro esté en las escenas del pueblo que escucha al maestro responder acertadamente a cada pregunta del concurso. Es el humor más elemental y directo, demasiado excesivo y poco creíble.

Sin embargo, a pesar de los defectos, Historias de la radio es una comedia costumbrista de un gran nivel, con un guión excelente y algunos momentos soberbios y, además, con el paso de los años va ganando como testimonio de un época oscura que nos señala inevitablemente de donde venimos.  

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