El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 1 de mayo de 2010

Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra




He aquí sin duda la película más original que he visto sobre el mundo de los piratas, el género clásico de aventuras completamente olvidado (Master and Commander. Al otro lado del mundo está un poco en la línea, aunque no es exactamente lo mismo), salvo un lejano Piratas de Polanski que, también en clave de humor, había recuperado brevemente el género y la más reciente La isla de las Cabezas Cortadas, y que es visitado de nuevo por esta fascinante mezcla de cine de aventuras, de comedia romántica y film fantástico.
Últimamente huía como de la peste de los film de aventuras, uno de los géneros fetiche en mi infancia. ¿Por qué?, pues porque creo que las producciones recientes han perdido el norte. Es cierto que un buen film de aventuras debe tener acción, heroísmo, romanticismo, etc., etc. Pero de ahí a convertirlos casi, casi en films de ciencia-ficción…Así, vemos incrédulos como el Zorro-Banderas se parece sospechosamente a un artista de circo, como Robin Hood-Costner puede lanzar dos flechas a la vez, acertar de lleno y, si me apuran, calcetar una bufanda con los pies al mismo tiempo. Hace poco comencé a ver un remake de los Tres mosqueteros en el que una batalla en una taberna haría palidecer al mismísimo Jackie Chan. Está bien cierta dosis de fantasía, un aire épico, pero lo de hoy en día ya es demasiado: se desafían todas las leyes conocidas de la física y algunas por inventar también. Y lo peor es que son obras que van en serio (en especial aquellas que pretenden mostrarnos la supuesta "verdadera" historia que los clásicos nos ocultaron), buscan sentar cátedra, impresionar. Lo único que logran es, desde mi punto de vista, profanar un género nutrido con películas magníficas que no merecen esta descendencia que ofende el sentido común. La mayoría de los films de aventuras actuales no ofrecen más que unas pobres historias volcadas en un espectáculo basado sobre todo en los efectos especiales y donde se sacrifica casi todo a un efectismo de barraca de feria con un soporte argumental previsible, ramplón y carente de atractivo. Parece que volviéramos, sin complejos, al cine de Méliès y su más difícil todavía.
Así, mi agradable sorpresa con esta divertida película, de la que temía que fuera un más de lo mismo. Primero, porque no se toma en serio a sí misma. Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra (2004) es toda ella una comedia ligera, sin más pretensión que hacernos pasar un buen rato y, si es posible, arrancarnos una sonrisa. Sabemos de antemano lo que va a pasar, el final no es ninguna sorpresa, por lo que lo único que le queda es entretener, encandilarnos minuto a minuto y hacernos pensar lo menos posible en el final; es decir, hacer que lo de menos sea el final del viaje y sí lo disfrutado mientras estuvimos embarcados en esa travesía. Así, cuando la historia llega al desenlace "anunciado", no importa, porque por el camino nos hemos ventilado las palomitas entre sorpresas, risas y peleas épicas.
¿Y qué nos cuentan en ese viaje?, pues como el osado capitán Jack Sparrow ha perdido su barco, La Perla Negra, a manos del capitán Barbossa. Cuando éste último secuestra a la hija del gobernador de Port Royal, Sparrow decide ayudar a Will Turner, enamorado de la bella Elizabeth, a rescatarla para poder recuperar su barco. El argumento no sale de caminos muy trillados, como se ve, pero es el desarrollo del mismo el que le da carácter al film y lo eleva gracias a su originalidad en el detalle.
Un gran acierto es ya el enfoque de los personajes. Empezando por el capitán Sparrow, al que da vida un acertado Johnny Depp, exagerado y grandilocuente, un capitán en horas bajas pero con una inquebrantable fe en sí mismo que, aparentemente, nadie más comparte. Para algunos quizá su actuación resulte excesiva, sin embargo, encuentro que logra dotar de una vitalidad y una energía a su personaje que va como anillo al dedo con el tono paródico y desmedido del film. No hay que olvidar que, por encima incluso de una aventura de piratas, la película es una comedia. Pero el resto de personajes, incluso los a-priori "malos", consiguen hacerse simpáticos, como la pareja de piratas torpones (pareja que me recuerda vagamente dúos clásicos como el Gordo y el Flaco) y, sobre todo, el capitán Barbossa, con una interpretación soberbia de Geoffrey Rush, capaz de acaparar protagonismo en cada una de sus apariciones, terminando por convertirse en imprescindible y hacer que nos duela asistir a su ruina. Quizá Orlando Bloom sea el que menos me ha convencido, con una interpretación apagada y sin el brillo de sus compañeros. Pero el tema de los personajes quedaría incompleto sin hacer referencia a un punto que viene a diferir de lo que tradicionalmente estamos acostumbrados a ver en los films típicos de aventuras y es cierta nobleza que rompe con la división radical y tópica de buenos y malos. Así, el pretendiente de la bella Elizabeth, el Comodoro Norrington, no duda en renunciar a ella al percibir que está enamorada de otro (algo inusual, pues el pretendiente rechazado suele ser, además de feote, un compendio de vilezas) y hasta los terribles piratas demuestran tener su lado humano y su propio sentido del honor, ejemplificado en un curioso código que se sirven respetar bastante escrupulosamente.
Otro acierto, desde mi punto de vista, está en la dirección de Gore Vervinski, que huye de ese estilo nervioso y enloquecedor tan habitual de un tiempo a esta parte y que a mí personalmente me resulta cada vez más insoportable. La acción se recoge aquí con un ritmo más sosegado, permitiendo disfrutar de las secuencias sin parecer que nos han metido en una lavadora a 5.000 revoluciones.
A todo ello añadimos una cuidada ambientación, unos diálogos ingeniosos, hermosas batallas, la búsqueda de un tesoro (si bien en este caso se trata de desprenderse del mismo, otro original detalle del argumento) y tenemos el cóctel listo para degustar sin moderación.
A pesar de la nota fantástica del guión, no exenta de cierta truculencia, está claro que la película (por algo viene de la factoría Disney) se orienta hacia un público de todas las edades, por lo que estamos ante un film sin excesiva violencia y donde prima siempre el sentido del espectáculo y la diversión.
Ojo, no estamos tampoco ante una obra de arte. Que nadie se espere salir del cine transformado o sorprendido. Es una película para pasar el rato, creo que no hay que pedirle nada más. Y como consigue su propósito, al menos en mi caso, pienso que podemos decir que cumple con creces lo esperado de ella. 

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