El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 21 de abril de 2023

Dioses y monstruos



Dirección: Bill Condon.

Guión: Bill Condon (Novela: Christopher Bram).

Música: Carter Burwell.

Fotografía: Stephen Katz.

Reparto: Ian McKellen, Brendan Fraser, Lynn Redgrave, Lolita Davidovich, David Dukes, Kevin J. O'Connor, Mark Kiely, Jack Plotnick, Rosalind Ayres, Jack betts, Matt McKenzie, Todd Babcock. 

James Whale (Ian McKellen), director de El doctor Frankenstein (1931) y La novia de Frankenstein (1935) entre otras, lleva años retirado del cine y últimamente sus problemas de salud se han acentuado, aunque sigue sintiéndose atraído por los hombres, como por ejemplo por Clayton Boone (Brendan Fraser), su nuevo jardinero.

Dioses y monstruos (1998) es un perfecto ejemplo de ese tipo de cine de un director ambicioso que suele irritarme más de lo que sería aconsejable pues, pareciendo poseer la capacidad de hacer algo importante, nos acaba estafando de alguna manera. 

El principal problema de Dioses y monstruos es que parece que va a contarnos algo realmente interesante y profundo sobre la figura de James Whale y al final resulta que no cuenta nada, absolutamente nada más allá de su homosexualidad que, además, se presenta de una forma vulgar, dando la imagen de un viejo verde lascivo y irrespetuoso. Se puede ser homosexual y no estar todo el tiempo viendo a los hombres como ganado, que es la conclusión que sacamos con el comportamiento de Whale.

Da la sensación de que en realidad la figura de Whale resultaba un tanto desconocida para el director, que se limita a resaltar los escasos detalles que tal vez conocía con certeza: su enfermedad mental, su obsesión con la Primera Guerra Mundial, su afición a la pintura y su homosexualidad. Y con estos pocos elementos Bill Condon pretende hacer un retrato del personaje y lo que consigue es más bien una caricatura.

Incluso tenía la impresión de que el material para hacer esta biografía era tan escaso que el guión debía rellenarla con flashbacks que en realidad tampoco profundizaban en el personaje, sino que eran pequeños brochazos sin demasiado que aportar. Al igual que el modo tan artificial de introducir la figura de Frankenstein y del amante muerto en la guerra, tan repetitivas ambas que terminan cansando y que tampoco aportan nada especial en cuanto acaban pareciendo meros clichés.

Es verdad que el trabajo de Ian McKellen es muy bueno, pero creo que resulta insuficiente para compensar por sí solo todas las carencias de una película que me resultó tan superficial que nunca me sentí interesado por la figura de James Whale y mucho menos conmovido al faltar un enfoque preciso, profundo de la persona. De ahí que la escena del enfrentamiento de Clayton con Whale al final de la película me pareciera excesivo, pues no cuadraba de ninguna manera con esa monotonía dominante en toda la cinta y se presentaba, desde mi punto de vista, como un intento tan teatral como artificial de crear al fin una escena que insuflara algo de dramatismo a la historia, algo que el director parecía estimar necesario para ofrecer un desenlace poderoso. La indiferencia con la que contemplaba al pobre director flotando en la piscina revelaba la poca sintonía que sentí con un film pomposo y vacío.

Me parece que Bill Condon demuestra en esta película más pretensiones que talento.

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