Dirección: Leo McCarey.
Guión: Viña Delmar (Obra: Arthur Richman).
Música: Ben Oakland.
Fotografía: Joseph Walker (B&W).
Reparto: Irene Dunne, Cary Grant, Ralph Bellami, Alexander D'Arcy, Cecil Cunningham, Molly Lamont, Esther Dale, Joyce Compton, Robert Allen, Robert Warwick, Mary Forbes.
Jerry (Cary Grant) llega a su casa tras un fingido viaje y se encuentra con que su esposa Lucy (Irene Dunne) ha pasado una noche con su profesor de canto (Alexander D'Arcy) en un hotel; todo lo cuál desencadena que inicien los trámites del divorcio, que se hará efectivo transcurridos noventa días.
La década de los años treinta del siglo XX fue especialmente fructífera en el plano de las comedias, con directores tan importantes como Frank Capra o Ernst Lubitsch, verdaderos maestros del género. Pero Leo McCarey no andaba muy lejos de ellos, como demostró por ejemplo con la fabulosa Sopa de ganso (1933).
Con La pícara puritana (1937) tenemos un maravilloso ejemplo de screwball comedy, o comedia alocada, tan de moda en aquellos años. El paso del cine mudo al sonoro supuso un cambio importante en este género pues la comicidad que se basaba en gags visuales en el cine mudo dio paso progresivamente a la preponderancia de los diálogos.
La película crea el típico conflicto en la pareja tan habitual en las comedias románticas para poder reconducir la situación hacia la reconciliación final. La particularidad aquí reside en que se trata de un matrimonio al que las desconfianzas y los celos distancian hasta que deciden pedir el divorcio.
A partir de ahí se suceden las situaciones embarazosas para uno de los cónyuges alternativamente cuando el otro intente dinamitar el noviazgo de su ex pareja con un nuevo pretendiente. Primero es el turno de Jerry cuando Lucy le presenta al bueno de Dan Leeson (Ralph Bellami), un adinerado ranchero de Oklahoma muy apegado a su protectora madre (Esther Dale) y con muy escasa experiencia con las mujeres. Ello da pie para un agudo enfrentamiento entre la cosmopolita y moderna Nueva York y los estados del Medio Oeste, con finas críticas a la paz y tranquilidad de la vida en el campo. Tras tener que pasar por diversas situaciones, Dan saldrá finalmente escaldado de su experiencia con las mujeres y aún más convencido de que la única que lo entiende realmente es su querida madre.
Cuando Jerry se comprometa con una rica heredera (Molly Lamont), será el turno de Lucy, que reconoce que sigue enamora de él, de sabotear la relación, para lo que se hace pasar por su hermana en una delirante secuencia en la que no para de sorprender a la perpleja prometida de Jerry.
Este juego de guerra marital da lugar a otros muchos momentos realmente brillantes gracias a un guión que explota cada recurso a su alcance de manera prodigiosa, desde la vulgar cantante (Joyce Compton) que acompaña a Jerry en un momento dado y cuyo número musical con las faldas revoloteando a causa de oportunas ráfagas de aire resulta realmente divertido (lo que podría haber inspirado a Billy Wilder en 1955 para su famosa secuencia en La tentación vive arriba), hasta la escena del perro jugando al escondite con diversos objetos y descubriendo el sombrero masculino que Lucy quiere ocultar a Jerry a toda costa.
Con un ritmo alegre que nos envuelve desde el comienzo mismo, La pícara puritana es un prodigio de comicidad y elegancia, apoyada sin duda en un Cary Grant que ya mostraba su peculiar estilo cómico, basado en un porte elegante que intenta no perder y que asentará en el futuro como su seña de identidad, y una encantadora Irene Dunne, además de buenos secundarios como Ralph Bellamy.
La película recibió nada menos que seis nominaciones al Oscar, ganando finalmente el de mejor director para Leo McCarey.
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