Dirección: Raoul Walsh.
Guión: Borden Chase (Novela: Rex Beach).
Música: Frank Skinner.
Fotografía: Russell Metty.
Reparto: Gregory Peck, Ann Blyth, Anthony Quinn, John McIntire, Carl Esmond, Andrea King, Eugenie Leontovich, Hans Conried, Sig Ruman.
Jonathan Clark (Gregory Peck), conocido como el Hombre de Boston, es un experto marino cazador de focas en Alaska. Cuando atraca en San Francisco, tras dos años, viene con la idea de reunir el dinero necesario para comprarle Alaska a los rusos.
Trepidante película de aventuras rodada con todos los elementos típicos del género lo que hace que a día de hoy El mundo en sus manos (1952) resulte un film tan entretenido como envejecido.
Este tipo de historias tenían unas pautas que habían quedado bastante definidas en obras tan memorables como Robin de los bosques (Michael Curtiz y William Keighley, 1938). El héroe debía poseer todas las virtudes posibles como valentía, fuerza, honor y lealtad, además de un corazón puro capaz de albergar un amor inmaculado y apasionado. La mujer, hermosa y dulce, era la fiel imagen del perfecto reposo del guerrero. Los malvados, crueles hasta lo imposible. Y además se debía contar con personajes secundarios cuya labor era la de aportar las notas cómicas que aligeraran la historia.
Pero si en 1938 todo eso funcionaba de maravilla, en la película de Raoul Walsh empieza a hacer aguas. En el año en que se filmaba El mundo en sus manos el cine y la sociedad habían evolucionado, pero el argumento repetía las claves clásicas sin variaciones, lo que lo convertía en escasamente original y bastante predecible.
Pero el inconveniente no viene solamente de repetir las fórmula típica sin variaciones, el problema de El mundo en sus manos es un guión flojo que toca los elementos indispensables pero sin imaginación, de manera que resultan algo sosos, sin nervio.
Por ejemplo, el tema de la compra de Alaska, tal y como se presenta en el film resulta increíble, parece como si el capitán Clark pensara comprarse una casita en el campo. Esta simplicidad en los planteamientos es algo que se percibe en toda la película, lo que termina por lastrarla sin remedio.
Por ejemplo, los personajes secundarios aportan unas bromas demasiado vulgares con actuaciones poco afortunadas. Además, el enfrentamiento entre buenos y malos en esta ocasión tiene connotaciones internacionales y la manera en cómo son presentados los rusos frente a los norteamericanos resulta un tanto excesiva, remarcando su carácter déspota y cruel sin disimulo. Es evidente que la Guerra Fría pasó factura al argumento. Y el tema de la matanza de focas, a pesar del intento de presentarla como una caza responsable por parte americana, al contrario que los rusos, resulta un tanto problemático.
La relación entre Clark y su competidor, el Mulato (Anthony Quinn), está tan burdamente cargada de tópicos sobre la hombría y exageraciones que resulta demasiado increíble. Salva la papeleta el buen hacer de Anthony Quinn, que se merecía un personaje menos absurdo.
La historia de amor está presentada con cierta precipitación y torpeza, lo mismo que el conflicto de la separación de los amantes que lleva a la desesperación de Clark, que da una idea de un hombre incapaz de confiar en su amada. De la misma manera, la reconciliación es también precipitada y todo el romance resulta artificioso.
Tampoco la lucha final, que debería ser la culminación pletórica de la aventura está convenientemente planeada y tenemos la sensación de que todo resulta mucho más sencillo de lo deseable para nuestro héroe, por el que nunca llegamos a preocuparnos, ni cuando amenazan con ahorcarlo. Está claro que sabemos que todo va a resolverse favorablemente y eso podría explicar que no nos preocupemos en exceso por su suerte, pero también tiene algo que ver la simplicidad con que se plantea todo, de manera que ni los malos llegan a asustar un poquito.
Y sin embargo, a pesar de todos estos defectos, El mundo en sus manos es una película que nos engancha de principio a fin. Arranca con una pelea y la diversión ya no nos da un minuto de reposo, con la excepción del romance, donde naturalmente la historia tienen un periodo de calma obligatorio.
Solamente por la secuencia de la carrera de las goletas, donde Raoul Walsh demuestra su sentido del espectáculo, ya merece la pena disfrutar de la película.
Y además contamos con Gregory Peck en plena forma, que era un actor perfecto para este tipo de papeles, pues aportaba un porte elegante y noble a sus personajes, lo que en esta ocasión viene de perlas para justificar sobradamente que la condesa Marina Selanova (Ann Blyth) cayera rendida a sus pies inmediatamente.
El mundo en sus manos sigue teniendo un puesto importante entre los films de aventuras, pero es evidente que no ha envejecido demasiado bien. A pesar de todo, sigue resultando un entretenimiento admirable si somos capaces de obviar algunos detalles y nos centramos en la vertiente más lúdica exclusivamente.
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