Guión: Alessandro Continenza, Ruggero Maccari, Antonio Pietrangeli, Ettore Scola.
Música: A. Francesco Lavagnino.
Fotografía: Gianni Di Venanzo (B&W).
Reparto: Alberto Sordi, Fernado Fernán Gómez, María Asquerino, Madeleine Fischer, Sandra Milo, Anna Maria Pancani, Nino Manfredi, Pina Bottin.
Paolo (Alberto Sordi) es un soltero empedernido. A pesar de ver cómo sus amigos se van casando, él prefiere su libertad y poder ir saliendo con las mujeres que le gusten sin comprometerse a nada.
Las aventuras de un soltero convencido son la base de El soltero (1955), una comedia un tanto repetitiva que no aporta gran cosa, ni en el plano argumental ni como reflexión sobre las reacciones entre los hombres y las mujeres.
Uno de los rasgos típicos de la comedia italiana tras la Segunda Guerra Mundial fue que se convirtió en el vehículo preferido para la crítica social, derivación del neorrealismo rosa cuyo ejemplo más evidente sería Luigi Zampa.
Bajo este enfoque cómico se buscaba sobre todo poner en evidencia los defectos de una sociedad consumista. En este sentido, El soltero se inscribe en esa tendencia enfocando la crítica hacia el egoísmo, ejemplificado en el protagonista, y con pequeños apuntes sobre el consumismo, centrado en la empresa de electrodomésticos de Paolo; sobre las tradiciones, representadas por el concepto de la familia tradicional o el papel de la mujer como esposa y sobre la modernidad, con la mayor libertad que proporciona la vida en las grandes ciudades, más liberadas de ataduras sociales y religiosas en comparación con la vida rural.
Sin embargo, el problema de la película es que todos estos elementos están tratados con demasiada superficialidad y se echa de menos un acercamiento algo más profundo, al menos en el plano sentimental, pues las aventuras de Paolo están narradas con demasiada ligereza. Incluso cuando su antigua novia, Carla (Madeleine Fischer), llora desconsolada por la actitud frívola de Paolo, comprobamos que hay una ausencia total de emoción, de manera que vemos la escena con demasiado distanciamiento.
Otro problema es la excesiva duración de la película para lo que realmente tiene que contarnos, que son las conquistas de Paolo, que se suceden una detrás de otra llegando a hacerse repetitivas.
Finalmente, el guión se rinde a lo socialmente correcto y Paolo termina cediendo a las presiones de su familia y a sus propias dudas, lo que nos conduce a un final demasiado convencional que viene a contradecir toda la filosofía defendida por Paolo, de manera que el mensaje que prevalece al final no puede ser más conservador.
Al tratarse de una coproducción italiana y española, podemos disfrutar de la breve presencia de Fernando Fernán Gómez o María Asquerino, si bien el protagonismo absoluto es para Alberto Sordi, un actor con muchas tablas pero que quizá no tenía el tipo más adecuado para el papel de don Juan que encarna.
En resumen, una comedia sin demasiada gracia y que no aprovecha muy bien la idea original.
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