Dirección: Edward Dmytryk.
Guión: Robert Alan Aurthur (Novela: Oakley Hall).
Música: Leigh Harline.
Fotografía: Joe MacDonald.
Reparto: Richard Widmark, Henry Fonda, Anthony Quinn, Dorothy Malone, Dolores Michaels, Wallace Ford, Tom Drake, Richard Arlen, De Forest Kelley.
El pueblo de Warlock vive la dictadura de un ganadero, Abe McQuown (Tom Drake), y sus hombres. Para poner freno a sus desmanes, el consejo del pueblo decide contratar a Clay Blaisedell (Henry Fonda), un famoso pistolero.
Curioso e intenso western, El hombre de las pistolas de oro (1959) es un magnífico ejemplo de los nuevos enfoques que se le daban al western en esos años, donde muchas de las reglas tradicionales dejaban de funcionar. Por ejemplo, los supuestos héroes típicos del western no están presentes en esta ocasión: los tres protagonistas principales de la película tienen más sombras que luces en su pasado.
Clay y su inseparable amigo Tom Morgan (Anthony Quinn) llegan a Warlock para imponer la ley y el orden, pero no por ello dejan de ser pistoleros y la misma gente que los contrató no los ve con buenos ojos. Y el mismo Clay les advierte a las buenas personas de Warlock que llegará el día en que le tendrán miedo y entonces se tendrá que marchar. No es algo que le preocupe, pues es la vida que lleva desde hace años. Lo que no había calculado Clay es que se enamoraría de Jessie (Dolores Michaels), una vecina de Warlock, y se plantearía dejar esa vida, casarse con ella y asentarse en el pueblo.
Pero eso es algo que disgusta a Tom, que no está dispuesto a cambiar de vida y mucho menos a perder a su amigo, el único que no vio en él a un tullido. Para Tom esa amistad es tan importante que no ha dudado en engañar a Clay si con ello lograba mantenerlo a su lado, llegando incluso a asesinar si era necesario. Lo sorprendente es que Clay, que parecía concebir esa amistad de manera mucho menos obsesiva que Tom, cuando mata a su amigo en duelo descubrirá que dependía mucho más de lo que creía de él. "Ayer, fue solo ayer cuando... cuando le dije que no era nadie sin mí, pero soy yo el que no es nadie sin él", le confiesa a Jessie.
Al verse sin su amigo, Clay cambiará sus planes y decide marcharse del pueblo y renunciar a una vida convencional con Jessie. Clay comprende que no sabría cómo vivir esa nueva vida, su sitio no está entre las gentes pacíficas que sientan las bases de una nueva sociedad, él solo sabe hacer una cosa, su trabajo de pistolero, y no tiene lugar en una comunidad que vive en paz.
Y tampoco Johnny Gannon (Richard Widmark) es un héroe sin mácula. Formaba parte de los hombres de McQuown, y participó en una matanza que aún le produce pesadillas. Por eso, un día ya no puede más y decide dejar esa vida, por lo que aceptará el puesto de comisario, lo que le enfrentará a la vez a sus antiguos camaradas y a Clay. Esta parte de la historia es menos interesante ya que está más apegada a los registros clásicos del western y su desarrollo y desenlace no ofrecen sorpresas.
Hemos de destacar el magnífico trío de protagonistas, donde brillan Henry Fonda y Anthony Quinn, siempre tan contundentes en su trabajo. Sin embargo, fuera de estos tres actores, el resto del reparto está bastante por debajo de ellos, penalizando sin duda el resultado.
El hombre de las pistolas de oro desmonta muchas de las ideas que se habían difundido sobre el Oeste americano en los westerns clásicos. En esta historia no hay héroes, todas las acciones principales no parecen grandes gestas, sino que el trabajo de Clay se enmarca en una rutina mil veces repetida y no le aporta gloria ni fama, sino que sigue creando recelos entre las personas de bien que en realidad son cobardes y egoístas, pagan para que les resuelvan los problemas, pero a la vez se avergüenzan de los que los ayudan. Y los hombres de McQuown no dudan en disparar por la espalda y la amistad de Tom hacia Clay se basa en mentiras por un interés meramente egoísta por parte de Tom.
La conclusión no puede ser menos positiva: estamos en un mundo corrompido, hipócrita, donde casi nadie hace nada desinteresadamente y quedan pocas personas honestas, tal vez sean Jessie y Johnny las únicas personas que actúan de corazón.
Sin duda, estamos ante un buen western revisionista que, manteniendo los elementos típicos del género, los enfoca desde nuevos y complejos puntos de vista.
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