Dirección: Robert Altman.
Guión: Michael Tolkin (Novela: Michael Tolkin).
Música: Thomas Newman.
Fotografía: Jean Lépine.
Reparto: Tim Robbins, Greta Scacchi, Fred Ward, Whoopi Goldberg, Peter Gallagher, Brion James, Cynthia Stevenson, Vincent D'Onofrio, Dean Stockwell, Richard E. Grant, Dina Merrill, Angela Hall, Lyle Lovett.
Griffin Mill (Tim Robins), un produtor de un importante estudio de Hollywood, empieza a recibir postales amenazadoras de un guionista. Mill cree saber de quién se trata y decide entrevistarse con él.
Hay dos elementos en El juego de Hollywood (1992) que fascinan a la crítica. El primero, que se trate de una película que habla de Hollywood. No entiendo la fascinación que ejerce este tipo de argumentos sobre muchas personas, pero parece que con este elemento ya basta para ganarse su aplauso. El segundo detalle es el director, Robert Altman, que goza del beneplácito generalizado.
Yo, sinceramente, pongo en cuestión ambos elementos. El hecho de hacer cine dentro del cine puede ser un detalle curioso y con cierto atractivo, pero eso no es garantía de calidad en sí mismo. Y en cuanto al director, la verdad es que no consigo disfrutar ninguna de sus películas, al menos plenamente. Siempre suele haber algún detalle que no me gusta, a veces varios, y termino pensando que debo tener alguna deficiencia óptica que me impide captar lo que tantos expertos ven y alaban con entusiasmo.
En el caso de El juego de Hollywood he de confesar que me aburrí bastante, hasta el punto que a mitad de la película tuve que hacer una pausa y dudé seriamente si sería capaz de verla hasta el final. El motivo es que, si bien es cierto que la intriga de saber quién amenaza a Mill tiene su punto de interés y saber cómo terminará el acoso es un motivo más para aguardar el final con cierta expectación, la puesta en escena me resulta soporífera. Altman se recrea en escenas accesorias, donde no pasa realmente nada importante, y que le sirven para lucir su cinefilia y hacer desfilar a un sinfín de estrellas de la pantalla, además de las referencias a películas importantes en los cuadros que decoran los despachos. Todo muy bonito, pero alargado hasta que el suspense central se diluye en medio de tanto desvío. Y llega un momento que el tema de los anónimos deja de contar en la historia, de manera que el suspense desaparece y no vuelve a manifestarse hasta el desenlace y solamente como detalle para construir un final con cierta chispa.
Tampoco el tema de la muerte del guionista (Vincent D'Onofrio) está bien aprovechado y aporta muy poco, salvo alguna escena que otra en la que Mill parece rozar el abismo, pero de nuevo contado con el mismo tono distendido y sin tensión, de manera que es otro recurso más al que no se le saca todo su potencial.
Además, otro de los elementos importantes de la historia, el romance entre Griffin y June (Greta Scacchi), carece de fuerza, de manera que jamás sentimos la pasión que parece enganchar al productor y que no llega a contagiarnos mínimamente. Es una relación muy fría y cuando al fin se consuma, tampoco percibimos nada más que una puesta en escena más preocupada por la estética que por el contenido.
Sinceramente, da la impresión de que el tema de los anónimos y el romance están puestos ahí para que den soporte a lo que parece la prioridad de Altman: recrearse en su especie de homenaje al mundo del cine. Y eso, para llenar todo un largometraje es insuficiente.
Es verdad que Tim Robins hace un buen trabajo y soporta el peso de la película, pero no es suficiente para animar él solo una historia que carece de intensidad y se pierde en detalles sin número hasta hacerse muy cuesta arriba y más teniendo en cuenta su duración bastante larga.
Insisto, la crítica la ensalza, pero yo me he aburrido, y mucho. Cuestión de puntos de vista.
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