El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 1 de abril de 2023

La tumba india



Dirección: Fritz Lang.

Guión: Werner Jörg Lüddecke (Novela: Thea von Harbou).

Música: Gerhard Becker.

Fotografía: Richard Angst.

Reparto: Debra Paget, Paul Hubschmid, Walther Reyer, Claus Holm, Sabine Bethmann, René Deltgen, Inkijinoff, Jochen Brockmann.

Huyendo del maharajá de Esnapur, Chandra (Walther Reyer), Harald (Paul Hubschmid) y Seetha (Debra Paget) son rescatados por unos mercaderes, pero tendrán que refugiarse en las montañas ante el acecho de los hombres de Chandra, que no resigna a renunciar a Seetha.

La tumba india (1959) continúa El tigre de Esnapur (1959) justo donde termina ésta. De hecho, esta continuación debería verse justo después de la primera parte para poder disfrutar plenamente del argumento. Es el mismo caso que el de la trilogía de El Señor de los Anillos, por ejemplo.

Sin embargo, si analizamos La tumba india independientemente de su predecesora, hay que reconocer que es bastante superior a la primera parte. Tal vez la causa esté en que en El tigre de Esnapur se esbozaban los conflictos que aquí ya toman cuerpo abiertamente, de modo que nos vemos inmersos en el centro de las luchas por el poder, la obstinación de Chandra por convertir a la bailarina en su esposa mientras construye su tumba o la búsqueda de Harald por parte de su hermana Irene (Sabine Bethmann).

Además, frente al tono más blando de la primera parte, aquí asistimos a momentos mucho más aterradores, como cuando los leprosos encerrados en las entrañas del palacio de Chandra persiguen a Irene o cuando el príncipe Ramigani (René Deltgen) es devorado por un cocodrilo. La historia se vuelve pues mucho más sangrienta y sí que, aún adivinando el final, sentimos en algunos momentos angustia por la suerte de Harald y Seetha.

Eso no impide reconocer que seguimos estando ante una producción modesta, de serie B como máximo, donde faltan por pulir infinidad de detalles. Así, el guión es muy simple y la separación de buenos y malos es meridiana, con los segundos reuniendo todas las vilezas imaginables. De ahí que los conflictos entre ellos se planteen con una simplicidad casi infantil y que nos recuerda a aquellas producciones de escasa calidad que alimentaban las sesiones para niños de las cuatro de la tarde de un sábado. Es tal la ingenuidad de algunas escenas que provocan abiertamente las risas sin pretenderlo. Tampoco la visión del amor tiene matices y es puro entre los protagonistas y corrosivo en Chandra, capaz de odiar sin medida. Y atención a las escenas de lucha, rematadamente malas.

Otro de los elementos que delata la escasa entidad de la producción es el reparto, con actores torpes, acartonados e incapaces de transmitir con convicción ningún sentimiento, con la excepción de Debra Paget cuya presencia es tan rotunda que destaca poderosamente en medio de sus compañeros.

Sin duda, una película plagada de defectos y simplicidades pero, tal vez por eso mismo, tiene cierto encanto y nos remite a esas películas de aventuras un tanto cutres que nos fascinaban cuando éramos niños.

Para terminar, quiero llamar la atención sobre dos detalles muy interesantes: la tela de araña que salva los protagonistas de ser descubiertos al principio de la película, que me pareció un recurso muy inteligente, y el escandaloso baile de Debra Paget con la serpiente, que aún hoy resulta perturbador por su tremendo erotismo y resulta realmente muy adelantado a su tiempo.

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