Dirección: Fritz Lang.
Guión: Werner Jörg Lüddecke (Novela: Thea von Harbou).
Música: Gerhard Becker.
Fotografía: Richard Angst.
Reparto: Debra Paget, Paul Hubschmid, Walther Reyer, Claus Holm, Sabine Bethmann, René Deltgen, Inkijinoff, Jochen Brockmann.
Huyendo del maharajá de Esnapur, Chandra (Walther Reyer), Harald (Paul Hubschmid) y Seetha (Debra Paget) son rescatados por unos mercaderes, pero tendrán que refugiarse en las montañas ante el acecho de los hombres de Chandra, que no resigna a renunciar a Seetha.
La tumba india (1959) continúa El tigre de Esnapur (1959) justo donde termina ésta. De hecho, esta continuación debería verse justo después de la primera parte para poder disfrutar plenamente del argumento. Es el mismo caso que el de la trilogía de El Señor de los Anillos, por ejemplo.
Sin embargo, si analizamos La tumba india independientemente de su predecesora, hay que reconocer que es bastante superior a la primera parte. Tal vez la causa esté en que en El tigre de Esnapur se esbozaban los conflictos que aquí ya toman cuerpo abiertamente, de modo que nos vemos inmersos en el centro de las luchas por el poder, la obstinación de Chandra por convertir a la bailarina en su esposa mientras construye su tumba o la búsqueda de Harald por parte de su hermana Irene (Sabine Bethmann).
Además, frente al tono más blando de la primera parte, aquí asistimos a momentos mucho más aterradores, como cuando los leprosos encerrados en las entrañas del palacio de Chandra persiguen a Irene o cuando el príncipe Ramigani (René Deltgen) es devorado por un cocodrilo. La historia se vuelve pues mucho más sangrienta y sí que, aún adivinando el final, sentimos en algunos momentos angustia por la suerte de Harald y Seetha.
Eso no impide reconocer que seguimos estando ante una producción modesta, de serie B como máximo, donde faltan por pulir infinidad de detalles. Así, el guión es muy simple y la separación de buenos y malos es meridiana, con los segundos reuniendo todas las vilezas imaginables. De ahí que los conflictos entre ellos se planteen con una simplicidad casi infantil y que nos recuerda a aquellas producciones de escasa calidad que alimentaban las sesiones para niños de las cuatro de la tarde de un sábado. Es tal la ingenuidad de algunas escenas que provocan abiertamente las risas sin pretenderlo. Tampoco la visión del amor tiene matices y es puro entre los protagonistas y corrosivo en Chandra, capaz de odiar sin medida. Y atención a las escenas de lucha, rematadamente malas.
Otro de los elementos que delata la escasa entidad de la producción es el reparto, con actores torpes, acartonados e incapaces de transmitir con convicción ningún sentimiento, con la excepción de Debra Paget cuya presencia es tan rotunda que destaca poderosamente en medio de sus compañeros.
Sin duda, una película plagada de defectos y simplicidades pero, tal vez por eso mismo, tiene cierto encanto y nos remite a esas películas de aventuras un tanto cutres que nos fascinaban cuando éramos niños.
Para terminar, quiero llamar la atención sobre dos detalles muy interesantes: la tela de araña que salva los protagonistas de ser descubiertos al principio de la película, que me pareció un recurso muy inteligente, y el escandaloso baile de Debra Paget con la serpiente, que aún hoy resulta perturbador por su tremendo erotismo y resulta realmente muy adelantado a su tiempo.
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